La brujería se
produce cuando se ha operado la dualidad en el campo mágico. Primero es
lo mental y segundo el que le hayan dado un trago. Lo primero es lo más
fácil, o sea cuando es mental no más. Digamos que por una sugestión, por
sugestión a larga distancia. Cuando ocurre así es más fácil hacer,
trabajar.
Pero cuando
le dan un trago, una pócima de una porquería de ésas, lo que se impone
entonces es una intervención dentro del campo físico ya,
fundamentalmente. Darle, pues, un trago, un antídoto. Es como un veneno.
Si se tratara de una tuberculosis, bueno, entonces una penicilina. Y si
es una infección, una sulfa. Y así. No es nada del otro mundo. Después,
eso del diablo y el espíritu maligno. Los espíritus se los forma a
veces uno mismo mentalmente; sí, uno mismo no más. Que hay elementales,
sí; hay luciferes que son denominaciones de los elementos negativos. La
magia negra, por ejemplo. Gente que solamente piensa en hacer daño a una
persona. En odiar, en querer que eso nunca surja. Sí, hay gente así.
Eso se ve a cada rato, a cada instante. En los negocios, en todo se ve,
¿sí o no? Un tipo, por ejemplo, que no quiere que su amigo surja, ni que
esté a la altura de fulano. Y que si lo ve surgir y prosperar le tiene
cólera. Eso es una cosa innata en el hombre. Siempre tiende a la
envidia. Yo mismo he tenido mis chispazos de envidia. Sí, los he tenido y
soy franco en decirlo.
¡La envidia! Sí, la envidia; está en todas partes. Es lo común. Le voy a contar un caso, uno entre tantos, porque hay muchos.
Estaba yo
trabajando..., antes trabajaba así, hasta de balde, para la gente; y uno
se va dañando cuando va conceptuando el valor del dinero; y no es que
no se necesite, se necesita, pero cuando uno hace una promesa de servir a
la humanidad..., ¿me comprende?
Pues bien:
venía tantísima gente y yo servía a todo el mundo; a todos los atendía
muy bien. Y un día se me presenta una chica para hacerse un rastreo. Me
acuerdo perfectamente. La atendí, tomó el remedio. El remedio comenzó a
avivarle el subconsciente y el mal que padecía, porque efectivamente
tenía una enfermedad. Una enfermedad física. Era una chica de dieciséis
años que tenía en los senos una especie de sarna purulenta; la volvía
loca y quería arrancárselos. Como a las tres de la mañana le digo: "Sal
tú para el rastreo".
Salió la
chica y se paró frente a mí, frente a las artes, a la mesa, los
receptores. Comencé, pues, a jugar, a armar y comencé a hacerle el
registro ascárico. Y yo que voy mirando y veo que a la chica se le
formaba en los senos unos alacranes y hormigas. El astral, pues, el
astral de ella. ¡Y había que ver cómo se rascaba la chica, cómo! ¡Quería
arrancárselos en ese momento! Padecía de un escozor horrible. Era algo
muy serio.
Mientras
hacía el registro, sentí un olor a dulce, a dulce fresquecito, recién
salido de la dulcería. Y era de camote dulce, me acuerdo, y con
chancaca, y bien agradable. Y el astral de las otras muchachas -dos, al
lado de ella. Una, más agresiva, se metía y le daba. Ella se lo comió.
Entonces yo le pregunto: "Oye, chica, ¿has sentido el olor?" "Sí, bien
rico", me dice. Y todos sintieron el olor del dulce, por supuesto.
Eran las
tres de la mañana...; ¡quién iba a estar haciendo dulce de chancaca con
maní a esa hora! "Ay, que agradable", me dice. Le digo: "Oiga, ¿conoce a
una muchacha de esta forma, de esta otra? Tú has comido un dulce cuando
en una época te lo dieron ellas". "Sí", me dijo. "Mira", le digo, "esa
muchacha tiene envidia por un muchacho que es así, de esta forma".
(Porque el astral del muchacho estaba ahí). "Por envidia", le dije, "así
que debes tener mucho cuidado. En este momento te voy a hacer una..."
(Para eso tenía los senos así, completamente podridos, tenía pues; se le
veía bien horrible; le salía agua maría y pus..., ¡pobre muchacha! Se
veía que la estaban carcomiendo por dentro. Estaba como loca, quería
arrancárselos). Yo le dije: "Ésas te tienen pica". "Son mis amigas",
replicó, "chicas del trabajo, amigas; y que por acá y que por allá".
Comenzó a relatar. Yo le
recomendaba que tuviera mucho cuidado, porque la muchacha la odiaba, y
si le había dado lo que le había dado, era para que el muchacho no se le
apegara. "Tenga asco de ti; y verdaderamente, hasta la fecha, el
muchacho ya ni conversa contigo, ¿no es cierto? Inclusive tú huyes de él
por tener esto que se ve tan feo".
"Sí, señor", me dijo.
Pues bien:
agarré, terminé, le hice su limpia, todo su rito. Y sobre la marcha no
más le apliqué una rodaja de sampedro, con el agua ahí; le puse su
cacto. En cada seno. Antes de eso se tenía que hacer unas chupas a los
senos. Chupas de agua blanca, de agua de maíz con pasca y jugo de lima y
flores blancas, azúcar blanca, etcétera. Ahora, eso tenían que hacerlo
los alzadores, o sea los que absorben la cuestión por la nariz.
Querer hacer los gallos. No quisieron. "Nooo".
"Eso está
podrido, no lo hacemos", dijeron. A pesar de que ellos ganaban. Entonces
tuve que hacerlo yo, pues. Qué asco daba, francamente. La maniobra
consistía en agarrar un poco de agua blanca, o sea el agua ésa del maíz,
todo ese refresco que está jugado. Dentro de la ceremonia. Es como
cuando un cura hace la consagración del agua bendita; preparar el agua
bendita.
Entonces se
agarra, se echa a la boca un poco y se hacen cinco chupas en cada seno.
El número cinco es un número de la cábala; los cinco sentidos, pues,
ya. Número religioso también.
Entonces
uno chupa agua, se la pone en la boca y la pega en la herida o en la
afección, haciendo el ademán de chupar. ¡Ajjj, ufff, ajjj! No hay que
pasarla, porque si se pasa, ¡ufff!, bien feo. Sólo en la boca. De ahí se
escupe de vuelta al suelo. Pero no bien chupa uno, o sea, en ese
momento del simbolismo de la acción, se notan un montón de cosas
terribles: picazones en la boca, una cosa como si fuera arena, o polvo, o
como si fuera ají.
(...)
A la chica
le dije que se sentara. Se sentó por ahí, a un lado. A las cuatro de la
mañana es la hora en que comienza a ajustar las cuentas. O sea todas las
emociones, los fluídos, las vibraciones; todo eso tiene su hora en que
se juntan, atrayéndose unos a otros, mientras que otros se repelen. Se
estacionan en el lugar que les corresponde en el Cosmos.
Y cuando ya
tocaba el refresco, a eso de las seis de la mañana, a la salida del
sol, le digo: "¿Cómo estás?" "Bien", me dice, "ni me arde ni me duele". Y
cuando se los descubre le saco las rodajas de sampedro y los senos se
salen como una cáscara, así como la culebra se descascara y se queda
medio rosadita. Toda esa caracha, esa porquería que tenía encima, había
desaparecido. El sampedro limpia internamente y externamente; y además
hubo también, pues, la ceremonia espiritual, como la imposición de
manos. Y también hay que ver la fe de la chica.
Todo había
sido dirigido sobre la base de una sustancia ingerida y la maldición, la
mentalidad adversa sobre la persona. La dualidad: el mal por acá y el
bien por allá; eso hubo; digamos que lo hubo en el campo de la
curandería, en que yo actué dentro del campo espiritual, en la sutileza,
y dentro del campo físico, ingiriendo sampedro, que hizo una revolución
interna y se aplicó una terapia. Entonces las dos cosas trabajaron
conjuntamente, en unión.
O sea que
no es un misterio. Es un misterio para otras personas que lo pueden
tomar como cosa de milagro. Y los milagros solamente se suscitan por
secuencias vibratorias que hacen generar por ejemplo energía en donde es
muy tenue. O sea, mucha energía, o por decirlo así, una súper energía,
donde hay poca. Eso es lo que sucede en el Señor de los Milagros. Está
allí la persona tullida y la fe y la vibración, de tal manera que entra
con fuerza y comienza a generar movimiento en la masa física. Eso es
todo. Para mí es eso; si no hay fe, no hay nada.
Estuvo bien
la chica. Sanó. Menstruó con el remedio que le di. Le di unas hierbas,
le di sus tomas, su hidroterapia para que comience su respiración,
etcétera. Porque según dicen los médicos, está enferma, tiene
enfermedad. Digamos, un problema suprarrenal. Como el papá quería que se
sane al vuelo, rápido, se la llevó de nuevo a Lima, al Hospital de
Policía, o creo que al Militar; bueno, no sé; pero se la llevó y está
peor porque le han aplicado mucha cortisona. Está como dicen, hasta el
perno. Se ha deformado completamente. ¿Por qué? Porque hay poca fe.
Nadie se cura de porrazo. No hay arte de birlibirloque ni de magia. No
es cuestión de hacerle un par de pases y ya está, se curó. No. Eso está
bien difícil. Y lo peor, como digo, es la falta de fe. Ya sé que ella
puede tener fe, pero se supedita al campo paternalista. Que el papá dice
eso y que dice lo otro; y bueno, ella tiene que obedecer a sus padres
porque se siente enferma y necesita protección.
Y lo que le
dice el papá: "Hijita, toma, y toma; te llevo acá". Entonces deja de
actuar lo otro. La muchacha estaba bien; se iba a demorar un poquito,
pero valía la pena. La han llevado al hospital de Lima y le han hecho
nuevamente una biopsia y no sé qué diablos más... Cada cual camina con
sus pies, mi amigo. No esfuerzo a nadie a pensar en alguien. La
conciencia debe ser la que prevalece, lo prevaleciente.
Fuente.- Gushiken, J. (ed. 1979): "Tuno: El Curandero"Segunda edición aumentada.
Ediciones de la Biblioteca Universitaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario